FISIOLOGÍA EN EL ENFRENTAMIENTO ARMADO
Llegado el momento de un combate o confrontación grave, el cuerpo y la mente actuarán del modo más natural, de manera que en ese momento el cerebro pueda ordenar al cuerpo (órganos intervinientes) ser más rápido y eficaz en su reacción defensiva u ofensiva. Así pues, muchas son las veces en la que los seres humanos en general actúan de un modo distinto a como fueron instruidos, ante un enfrentamiento serio y real contra sus vidas.
“Muchos guardas de seguridad e incluso policías reconocen que no se consideran debidamente entrenados en el uso de sus armas de fuego reglamentarias”
Nuestra fisionomía no es caprichosa. Llegados a este punto, es bueno reflexionar sobre la posición de nuestros órganos sensoriales dentro del “mapa” de nuestro cuerpo. Los hombres, como especie y no como género, no tenemos por casualidad los ojos en el frontal de la cara, los oídos simétricamente establecidos a cada lado de la cabeza y la nariz justo entre esos dos órganos sensoriales mencionados, que a la vez se sitúan encima de la boca. No es algo caprichoso.
Hemos sobrevivido a nuestros enemigos (otros seres iguales y animales depredadores) y conseguido vivir de la caza —actividad cinegética— gracias, entre otras cosas y en relación al tema que nos ocupa, a que combatimos de modo frontal. No luchamos o hacemos frente a la agresión o amenaza de modo lateral, ni de espaldas. Ante la percepción de un peligro, ya sea éste captado por el sentido de la vista, del oído u olfato —cuyos mecanismos sensoriales se encuentran simétrica y estratégicamente localizados en la cabeza—, nos giramos y desde la posición de frente combatimos o buscamos la huida. La fuga y abandono de la escena de riesgo no es más que otra forma de sobrevivir.
Conducidos por lo antedicho en la introducción, daremos un repaso al principio de los tiempos. Podemos decir que cuando un humano percibe una situación de peligro para su vida o integridad física, su organismo de modo automático experimenta una serie de cambios que le ayudarán a soportar mejor el ataque haciéndole frente, o bien le facilitarán la huida para ponerse a salvo. Esto viene ocurriendo con los seres humanos desde antes de ser tales. Ocurría aun siendo seres prehistóricos y cavernícolas, de hecho, somos los seres vivos que mejor hemos podido aprovechar esos cambios fisiológicos para sobrevivir. Somos hoy en día lo que somos gracias ello.
Esto ocurre constantemente, pero no siempre se ponen en marcha los resortes oportunos para conocer, estudiar y en su caso paliar qué falla tan asiduamente en el sistema. En cuanto al tema de las respuestas defensivas armadas de los guardas de seguridad o policías, es una constante que se reconozca que no se consideran debidamente entrenados en el uso de sus armas de fuego reglamentarias. Esto se pone de manifiesto, y así es admitido, cuando un funcionario se ve ante una situación real que requiere del empleo de la fuerza armada y se siente incapaz de emplear las herramientas y mecanismos de que ha sido dotado.
La causa es bien sencilla. No solo son nimios, exiguos y básicos los entrenamientos de tiro en la galería de tiro, sino que además de alejarse de las realidades tácticas que se sufren en la calle, le crean programas de instrucción que van contranatura. En las aulas y líneas de tiro se inculca a los tiradores que deben hacer cosas tales como apuntar con cautela, incluso cuando un asaltante está ya atacando e incluso produciendo lesiones. Esta y otras muchas acciones son respuestas imposibles de ejecutar en el curso de un “a vida o muerte”.
Cuando las pulsaciones por minuto se aproximan a las 200, o las superan, se podrá tener lagunas de memoria, entendiendo que dichos picos de ppm son alcanzados en el fragor de un incidente serio y real contra la vida o la integridad física y no durante la actividad físico-deportiva. Así pues, tras un incidente serio contra la vida humana, es frecuente que una persona solo pueda recordar, en las 24 horas siguientes, aproximadamente un 30% de lo que ocurrió, subiendo al 50% en las siguientes 48 horas y al 75-95% en las siguientes 72-100 horas. A esto se le conoce como amnesia por estrés crítico.
Se ha comprobado que quienes superaron las 200 ppm —en una situación límite y crítica— fueron “víctimas” de lo que se denomina hipervigilancia. Esto puede suponer que una persona en tal situación realice sistemáticamente, y sin necesidad, acciones repetitivas que no le llevan a nada positivo. Incluso puede que abandone la situación de protegido, tras una barricada, y se someta inconscientemente al “fuego” o ataque enemigo. En definitiva, se actúa de modo irracional.
En situación de pánico (cuando se superan las 175 ppm) el ser humano llega a querer “desconectar” de la situación adversa que está soportando. Mediante un neurotransmisor, la acetilcolina, se podría alcanzar el desmayo, pues baja la presión arterial, ralentiza los movimientos y disminuye el tono muscular. Es una forma natural de no sentir lo que nos puede venir encima, o incluso lo que ya tenemos sobre nosotros. Esto es relativamente fácil de ver en los documentales sobre la vida de otros animales mamíferos: la gacela que es perseguida por un voraz predador. Finalmente, incluso sin que el felino de turno toque a su presa/víctima con las garras, la gacela se desploma por desmayo justo cuando sabe que va a ser atrapada y devorada. Se produce un desmayo inconsciente para evitar sentir la peor de las muertes. La presa mantuvo al máximo su nivel destreza motora gruesa, por ello pudo correr a una velocidad de vértigo durante mucho tiempo, algo que jamás hubiera podido hacer de no tener tras de sí al “enemigo”
*Habilidades o destrezas motoras*
Para mejor comprensión de lo anteriormente expuesto, se detallan los tipos de habilidades o destrezas motoras y sus características.
La habilidad motora fina, también llamada destreza digital, es la que nos permite manipular extracciones de cargador, aperturas de fundas, municionar cargadores, quitar seguros o accionar la palanca de retenida del arma. Estas habilidades se pierden por encima de las 115 ppm y son las primeras que desaparecen en el sujeto cuando entra en situación de estrés. Cuando se reduce el control digital, se llega a no poder efectuarse correctos cambios de cargadores, y quitar el seguro del arma puede convertirse en una ardua y torpe tarea; cuando sin embargo en los entrenamientos de galería esas manipulaciones se realizaban perfectamente.
La habilidad motora compleja es la habilidad que se pierde al alcanzar las 145 ppm. Es la destreza que permite efectuar varias tareas a la vez, por ejemplo, sacar el arma a la par que se pide apoyo por radio o se dan órdenes conminatorias al agresor, o se trata de comunicar con el agente de apoyo que se encuentra en la misma escena del encuentro. Una vez que alcanzamos las 145 ppm dejaremos de poder hacer esas tareas que, en situación normal, de entrenamiento, sí podíamos llevar a cabo sin complejidad alguna. Ya se habrá deteriorado la capacidad de pensar y ordenar coherentemente la información.
Una mezcla de todo lo anterior lo hemos experimentado cientos de veces a lo largo de nuestras vidas civiles, como miembros de la sociedad e integrantes del grupo familiar, por ejemplo. Cuando de forma inesperada un miembro del grupo familiar sufre un accidente, un hijo pequeño, por ejemplo, y somos avisados enérgicamente de que está sangrando por una brecha en la cabeza, rápidamente nos sobreimpresionamos e iniciamos las tareas propias de una evacuación hospitalaria. Muchos seguro que no habrán atinado a marcar en el teclado del teléfono los números del servicio de emergencia. Otros, aun conociendo perfectamente dicho número, no habrán sido capaces de recordarlo ordenadamente. Y otros, ante tales circunstancias urgentes, habrán pensado en ejecutar personalmente el traslado al centro de salud con sus propios medios de transporte, sin que pudieran localizar las llaves del vehículo teniendo el propio llavero en una mano o en un bolsillo. Igualmente, esa misma llave ha podido costar un excesivo consumo de tiempo el poder introducirla en el bombín del sistema de arranque del motor.
La habilidad motora gruesa es la última que pierde un agente objeto de agresión mortal. Esta involucra a varios órganos y masas musculares a la vez. El corazón bombea sangre a las piernas y brazos, que son los órganos que tradicionalmente, y desde el principio de los tiempos, hemos usado para trepar, correr o lanzar armas al depredador o al enemigo. La habilidad motora gruesa otorga al combatiente fuerza y resistencia, bien para facilitar la huida del combate o la posibilidad de resistirlo.
Por todo lo expuesto: es de rigor profesional organizar ejercicios de tiro de adiestramiento defensivo-reactivo que no sean complejos, sino que sean de fácil asimilación para el agente alumno. Hay que tener siempre presente todos estos cambios fisiológicos a la hora de diseñar programas de formación y ejercicios de tiro en la galería. La realidad es triste: la inmensísima mayoría de entrenamientos se basan en conceptos totalmente alejados de los principios aquí señalados. Pocos instructores llegan a conocer lo aquí marcado. La base formativa en la materia se sustenta en la organización sistemática de entrenamientos deportivos de corte paupérrimo, que postulan puntos antagónicos a la propia naturaleza humana.